Román Culebro Martínez

– En fechas recientes el presidente López Obrador anunció que estaba trabajando en un nuevo indicador alternativo al Producto Interno Bruto (PIB) para medir el bienestar de la población.

Dicho indicador incluiría la felicidad de los mexicanos y, en palabras del presidente, sería un aporte de México al mundo.

¿Realmente es una propuesta novedosa la que está desarrollando el presidente?

¿Deberíamos entonces sepultar al PIB y dedicarnos a medir la felicidad como indicador más fiable del bienestar?

El bienestar está asociado con el nivel de vida y el progreso y podemos pensarlo como un recorrido de un estado inferior a un estado superior (diríamos entonces que una persona disfruta de mayor bienestar -progresa, tiene mejor nivel de vida- si avanza de una situación inferior a una superior).

Definir el bienestar es más fácil que medirlo.

Generalmente la medición del bienestar ha seguido un enfoque objetivo, el cual básicamente consiste en que un grupo de expertos por medio de una teoría del comportamiento humano determina cuáles son los factores que generan bienestar. Por ejemplo, desde la economía o la ciencia política se sostiene que el ingreso y las libertades políticas generan bienestar a las personas.

Dentro de este enfoque entra precisamente el PIB, se argumenta que los incrementos en el PIB (es decir la producción, el empleo y el ingreso), aumentan el bienestar de las personas.

Sin embargo, varios economistas a partir del año 2000 comienzan a cuestionar este enfoque y nace como campo de estudio lo que se conoce como «la economía de la felicidad o bienestar subjetivo.”

Bajo este enfoque, el bienestar sería sinónimo de felicidad y se entendería como una experiencia del propio individuo (ajena a las opiniones y juicios de cualquier grupo de expertos), la cual incluiría los dominios de vida de las personas, como son la amistad, el amor, las relaciones con la familia y el ocio y tiempo libre.

De esta manera, no siempre mayor PIB se traduciría en mayor bienestar, ya que por ejemplo si una persona trabaja en exceso, aunque aumentaría la producción de bienes y servicios del país, descuidaría los dominios familia, amistad y ocio (lo cual reduciría su felicidad).

A partir de entonces, el estudio científico de la felicidad comenzó a ser una preocupación prioritaria en el ámbito académico, en oficinas de estadística nacionales, organizaciones no gubernamentales, gobiernos y organismos internacionales (algunos ejemplos son el Happy Planet Index (HPI) de la New Economics Foundation, la Comisión para la Medición del Desempeño Económico y el Progreso Social, auspiciada por el gobierno francés y presidida por Stiglitz y Sen (Premios Nobel de Economía) y la iniciativa de la monarquía butanesa de establecer la Felicidad Interna Bruta (FIB) como indicador del bienestar de los ciudadanos complementando al PIB.)

En el caso de nuestro país, desde el 2013, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) ha medido la felicidad de los mexicanos por medio de los Módulos de Bienestar Autorreportado (BIARE).

Está claro entonces que la propuesta del presidente López Obrador de construir indicadores de bienestar subjetivo o felicidad no es algo nuevo ni representaría una aportación de México al mundo.

Por otro lado, también queda claro que la felicidad realmente es importante y que debería considerarse como un indicador complementario al PIB, sin que éste tenga que desaparecer o menospreciarse.

El PIB es el valor de la producción de todos los bienes y servicios de un país en un periodo de tiempo. Su tasa de crecimiento mide por tanto el avance en la generación de bienes y servicios de un país (lo que se conoce como «crecimiento económico»).

Tasas de crecimiento sostenidas del PIB a lo largo del tiempo están altamente correlacionados con variables que tienen que ver también con el bienestar (empleo, inversión, recaudación fiscal, consumo, escolaridad, esperanza de vida, mortalidad infantil, etc.)

Si pensamos en países desarrollados donde su población en general vive con mejores niveles de vida (como EUA, Alemania, Rusia, Japón y China) y países menos desarrollados donde su población vive en condiciones de vida precarias (como Somalia, Haití, Mozambique, Jamaica o Madagascar), una gran parte de la diferencia se explica por las tasas de crecimiento que sus PIBs han tenido de manera sostenida a lo largo de muchos años.

No se trata entonces de abandonar al PIB (aunque a veces algunos políticos, sobre todo cuando sus economías tienen tasas de crecimiento económico negativas, les gustaría que dejara de medirse), sino más bien de complementarlo.

El gobierno del presidente López Obrador debería considerar el trabajo que ya viene realizando el INEGI sobre felicidad de los mexicanos, así como otros indicadores de bienestar que también ya existen para nuestro país, como el Índice de Desarrollo Humano o el Índice de Progreso Social.

De esta forma tendríamos una fotografía más completa del nivel de vida de la población y se diseñarían con mayor precisión las políticas públicas.
@Roman_CM

#TuEconomistaDeConfianza

Fuente: Coatza Digital

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