Juan Javier Gómez Cazarín.

– Hace unos días -21 de mayo- se cumplió un siglo del asesinato del presidente Venustiano Carranza. Nada menos que el presidente al que le debemos la Constitución de 1917, la que con numerosas reformas se mantiene vigente en nuestro país.

Desde ese funesto día, México ha vivido un largo siglo sin que el Presidente de la República haya sido removido por fuera de las vías institucionales.

Un siglo es mucho más tiempo de lo que pueden presumir la mayoría de las democracias modernas: a Kennedy lo mataron en 1963 y a Nixon la amenaza del desafuero y la cárcel lo obligaron a renunciar en 1974 por mencionar a Estados Unidos. De Latinoamérica y Europa, ni hablamos.

Echar a un Presidente de manera ilegal no es poca cosa y, siempre, viene acarreado de un proceso doloroso y costoso para el país en cuestión. Se llama Golpe de Estado y, por lo general, merece el repudio unánime de la comunidad internacional.

Así, no es un insulto sino una etiqueta adecuada cuando llamamos “golpistas” al puñado de personas que quieren terminar anticipadamente el mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador por vías alternas a las institucionales.

No acierto, de verdad, a imaginar sus motivaciones válidas para regresar al país a la inestabilidad política que vivieron nuestros bisabuelos. ¿Eran consejeras o consejeros de FEMSA enojados por haber pagado 8 mil millones de pesos de impuestos que debían y que, ahora sí, tuvieron que pagar? ¿Accionistas de Walmart, que también pagó impuestos –otros 8 mil millones- que el viejo régimen antes condonaba? ¿Socias y socios de las multinacionales eléctricas que perdieron tratos privilegiados a costa de la CFE? No creo. Será tema de historiadores, sociólogos y hasta psicólogos desentrañar el origen de su encono, que al parecer no mostraron años atrás.

En el 2022 tendrán la herramienta de su voto para expresar su descontento en una revocación de mandato perfectamente legal, democrática y válida. Pero sospecho que desde ahora se saben en extrema minoría frente a millones de personas que aprueban la ruptura con el viejo régimen y quizá, precisamente, eso exacerba su enojo.

Lo aclaro: cualquier ciudadana y ciudadano merece mi respeto y mi atención a sus expresiones, así las manifiesten desde la comodidad de una bonita camioneta. Pero no puedo comprender su enojo cuando todos los días soy testigo del avance de la transformación de Veracruz y de México.

Mientras pensamos en todo esto, de nueva cuenta les pido un enorme favor: cuídense y cuidémonos entre todos los próximos días de pandemia. Algunos países del mundo ya han dado sus primeros pasos hacia lo que han llamado una “nueva normalidad” y, si nos aplicamos, pronto también nosotras y nosotros podremos llegar a ella.

Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado

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