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– Veracruz, México.- Hoy nadie me quiere, me repudian, me tachan de violenta, de intransigente, de cerrada y subversiva. Pero no todo el tiempo fue así; hasta hace unas décadas, fui una criatura dócil y tierna, inofensiva, casi invisible, muy pocas veces valorada pero indispensable en la vida de todos.

Pero como sucede con todo, el tiempo me ha golpeado –y no solo el tiempo-. Un día desperté y me di cuenta que igual que los hombres, pienso, resuelvo, administro y además lo hago gratis. Entonces crecí un poco y cambié cuando por fin se me dio (aunque a medias) la opción de participar y decidir, crecí más.

Conforme pasaban los años, me hacía más fuerte, pocas se atrevieron a prestarme su voz, pero juntas emitimos un rugido que comenzó a resonar en muchas mentes.

A pesar de todo, la docilidad, la ternura y la delicadeza seguían siendo mis mejores armas –y al mismo tiempo mis peores debilidades– y entonces el mundo cambió y yo con él.

Todo se volvió más rápido, más intenso, más inmediato, más transparente y a la vez más peligroso. Parecía que se estaba olvidando lo fundamental de mi papel. Como centro del hogar, como refugio familiar y claro, como pilar social.

Entonces comenzó el horror ¡Me golpearon con todo! Me golpearon cuando los chistes se trataban sobre mí, cuando las miradas lascivas me hicieron cambiar la forma de vestir, cuando tuve miedo de salir, de tomar el autobús, cuando tuve que comenzar a avisar dónde estaba para que –al menos- supieran por donde buscar, cuando quienes tenían toda mi confianza la traicionaron e hicieron de mi vida un infierno.

Cambié de nuevo cuando por ahí de 2018 recibí más de 40 mil golpes imborrables, los mismos que el número de mujeres y niñas violentadas sexualmente en México durante ese año. Para entonces se contaba que de todas las mujeres viviendo en este país, al menos 19.2 millones (¡Millones!) de ellas habían sido sometidas en algún momento de su vida a algún tipo de intimidación, hostigamiento, acoso o abuso sexual (a mi parecer la cifra se quedó corta).

¡Y claro que eso me cambió! ¡¿Docilidad?! ¡Me estaban dañando! A mí, que una vez me llamaron “lo más bello y lo más preciado” me estaban hiriendo de maneras que muchos no podrían creer.

Pero no ha parado ahí, hoy los números ni siquiera son confiables porque las estadísticas reflejan solo los casos de aquellas que han sido escuchadas, pero muchas más, miles, siguen ahogadas en silencio.

Y la cosa ha empeorado, ahora no basta con lastimar, ahora me quieren borrar, como borraron la vida de 1004 mujeres en México el año pasado sólo por serlo, como lo han hecho con muchas apenas en lo que va de este año, como seguirá sucediendo si no paramos esta pandemia de abuso y feminicidio que me enferma, que me hace rabiar de ira y que busco a toda costa hacer visible, pero que al mismo tiempo me llena de coraje, de fuerza y de ganas de gritar, de destruir, de pisotear.

No, no es un berrinche, no es irracionalidad, es que ya no encuentro una manera de hacerles ver que destruirme a mí es destruirlo todo. Que no fue mi intención iniciar una guerra pero aun sin quererla he sido la única víctima y que esta situación ya es insostenible. Necesito que sepan que si hoy exploto, que si hoy estallo en ira no soy yo. Son los gritos, son los golpes, es la fuerza que muchas hubieran querido tener para seguir respirando en este mundo.

Con profunda decepción.
La criatura morada.

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