Anahí Ruíz

– Coatzacoalcos, Ver.- Tendría como máximo diez años cuando mi mamá nos llevó a mi hermano y a mi a la única sucursal bancaria que existía entonces en el pueblo. Había comenzado a darnos nuestro domingo y con lo que teníamos en el cochinito abrimos nuestra cuenta en Banamex, era un producto llamado Mic (desconozco si a la fecha existe) y ahí mamá depositaba lo que juntábamos de los domingos, los «bonos» que nos daba un tío cada que le enseñábamos un diez en la boleta de calificaciones, el extra que nos ganábamos por alguna tarea realizada en casa y las monedas que encontrábamos tiradas -o mal puestas- cerca de la lavadora.

Recuerdo la emoción de ir al cajero y ver que cada vez había más dinero en mi cuenta y pasaba horas pensando en un fin para eso que tenía en el banco. Mi hermano lo gastaba en casettes de música disco y electrónica (luego en CD’s)… yo francamente no recuerdo haber comprado algo que fuera realmente especial.

Era la segunda mitad de la década de los 90’s ya se había devaluado la moneda mexicana y miles quedaron en bancarrota debido a la imposibilidad de pagar créditos que de un momento a otro se volvieron multimillonarios, había escuchado de personas que se suicidaron, de empresarios que lo habían perdido todo y -como era muy metiche- recuerdo hasta las conversaciones de mis papás agradeciendo vivir en una tierra fértil y privilegiada en la que «de hambre nadie se puede morir».

Hoy valoro más que nunca que aún sin consultarnos nos enseñaran en hábito del ahorro y la existencia de la banca. Ahora comprendo que entonces el sistema mexicano ya presagiaba la situación actual, la nueva realidad para estas generaciones que no tenemos nada asegurado. Me doy cuenta que no eran modas, era la necesidad de preparar a los niños de entonces para ser adultos previsores, ahorradores y conscientes del valor del dinero.

¡Disculpa sistema, no todos lo entendieron! Hoy seguimos adoleciendo de la falta de educación financiera desde la infancia. Y ojo ¡No es ser materialistas! Es que hemos puesto tanto empeño en darle lo mejor a nuestros hijos, que se nos olvida decirles que esa ropa, esos juegos, esos gustitos del fin de semana, no son obra de magia, son producto del esfuerzo y de la planeación (o al menos así deben ser). Vivimos envueltos en la necesidad de satisfactores inmediatos que así de fácil como llegan, se van.

En muchos casos, gracias a nuestros padres no sufrimos la época de crisis en México (y muchos ni se enteraron) y hoy en el afán de darles lo mejor a nuestros hijos repetimos la lección. Pero ahora el mundo es más rápido, más consumista y más exigente.

Hagamos una pausa y enseñemos a nuestros hijos de dónde viene lo que tenemos, cómo se utilizan los recursos para resolver las necesidades del día a día y más importante aún, cómo hacer que lo que ganemos hoy, trabaje para nuestro futuro.

Si nuestros tiempos son un caos, imagina los de ellos. Repite conmigo: «El dinero no es el diablo» «El dinero es producto de mucho esfuerzo» «La mejor lección para mi hijo es la que le ayude a forjar su futuro de forma inteligente y honrada«.

No hay nada de malo en ello y con un poco de suerte, cuando sean padres previsores o adultos independientes, se acordarán de ti.

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