Manchester, Inglaterra

Hay una parte emocional, casi mágica, en el Madrid que le hace irresistible en la Copa de Europa. Más cuando mete al rival en la central térmica del Bernabéu, pero no exclusivamente. Sin que exista otra explicación que la resistencia a abandonarse, un optimismo casi patológico y hasta la fuerza de la costumbre, nadie ha ganado tanto sin ser aparentemente el mejor tantas veces. Con distéfanos, yeyés, garcías, zidanes, pavones, raúles y galácticos obvios o a tiempo parcial, como los actuales. Del Etihad salió vivo por coraje (de Carvajal, especialmente), por oficio, por sacrificio y por portero, con una actuación de Lunin para la historia. Eso también lo tiene el Madrid, secundarios de Oscar. Marcó pronto, le empataron tarde, tras un larguísimo asedio (33 disparos, 18 córners), alargó el pleito heroicamente hasta la prórroga y salió semifinalista en los penaltis. La rutina del indestructible.

Nada había que esconder. Guardiola lo tenía todo por primera vez en semanas y todo puso. Solo hubo de descartar dos defensas (Stones y Aké) que han sido más titulares que suplentes para hacer sitio al imprescindible Walker, su hombre-bala atrás. Y Ancelotti tiró de lo que tenía, sin pisar el charco de Militao, que ha jugado dos minutos desde agosto. Ponerle suponía, en cierto modo, echarle a los leones.

Las sorpresas no andaban en los onces sino en los detalles. Foden muy abierto la derecha y Akanji como segundo pivote para crear superioridad en el centro cuando la pelota era citizen fue el plan de Guardiola. Repetir con Vinicius en el centro, hacer una primera presión selectiva y jugar mucho en largo, el de Ancelotti. Pequeños cambios para intentar cambiarlo todo, en el caso del Madrid con la clara intención de no volver a tropezar en la misma piedra, la de hundirse en su área para acabar en Titanic.

Rodrygo Goes da primero
La cosa salió al principio como decía la pizarra. El Madrid enlazó varias posesiones largas, alejó la amenaza y tomó el primer tren que se le presentó. Bellingham, arrancando desde campo propio y con la zaga inglesa desacomodada, clavó un voleón a ninguna parte en su puntera, encontró a Vinicius por donde no suele, vencido a la derecha, y el centro de este lo remató dos veces Rodrygo (un día le prohibirán pisar Mánchester): la primera, mal, al muñeco; la segunda, suave y con habilidad, a la red.

Lo que vino a continuación también era esperado. Apareció ese City sádico de hace un año que utiliza el balón como instrumento de tortura. Él lo maneja, el rival no lo ve pero lo sufre. Una sucesión de córners fue el primer plato. Dos cabezazos de Haaland, uno de los cuales se columpió en el palo, el segundo. En esta ocasión sí se servía salmón noruego en el área blanca. Con Rüdiger disputaba el mundial de los pesados. Nacho, en cambio, era paloma bajo el halcón.

Esa es la fase que hace irresistible al City. Sus adversarios acaban derretidos por cansancio o por aburrimiento, especialmente si no encuentran salida. Pero el Madrid tuvo algunas, siempre por velocidad, ese don congénito que poseen sus delanteros y que no se entrena. Fueron contadas, esporádicas, no siempre culminadas, pero suficientes para dejar claro que el partido iba a circular en dos direcciones. No con la misma intensidad de tráfico, pero en dos direcciones. En una de esas fugas Vinicius llevó a Carvajal hasta el corazón del área, pero cuando armó su disparo ya andaba allí Gvardiol. Equipos que dejan tantas hectáreas a sus espaldas como el City necesitan defensas con tan buen repliegue para que el plan no sea un harakiri.

A estas alturas cabría decir que Lunin se acercaba a la heroica. También estaba en el guion. Su mejor intervención fue a zapatazo lejano de De Bruyne del corte de los dos que no pudo atrapar en el Bernabéu. El belga es casi siempre la solución cuando no parece haber solución, desde fuera del área, filtrando pases por dentro o buscando permanentemente el gol olímpico. El Madrid ganó el intermedio defendiendo ordenadamente su área y saliendo vivo de nueve saques de esquina llovidos sobre su área en un permanente hormigueo de atacantes ingleses.

La pelea se alargó hasta la prórroga. Ahí tuvo el 1-2 Rüdiger, en gran envío de Brahim, que aminoró la degradación física general. Ya no estaban ni Rodrygo ni Vinicius, víctimas de la fatiga extrema. Luego cayó el heroico Carvajal. Jugó incluso Militao, pero afortunadamente enfrente ya no estaba el mismo City. Y en los penaltis, Lunin adornó su hazaña al detener dos lanzamientos y Rüdiger, en el último, clasificó al increíble Madrid, que hasta el final siempre es Real.

Fuente: AS

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