Mayela Sánchez

– Hopelchén, Yucatán.- Si se le mira desde las alturas, el campo menonita Nuevo Progreso es un manchón de tonalidades cafés que se extiende en forma irregular sobre una alfombra verde. A ras de suelo solo se ven cultivos uniformes que parecen prolongarse al infinito. Es difícil imaginar que en ese paisaje acre y homogéneo hace 35 años existía selva.

En el norte, sur y centro de Hopelchén —municipio a 94 kilómetros de la capital de Campeche, en la Península de Yucatán—, las imágenes satelitales más recientes y que están disponibles en la plataforma Google Earth Engine muestran el mismo panorama: la pérdida del bosque tropical, conocido como la selva maya, y cómo su lugar es tomado por extensos campos de cultivo. Ese patrón, de acuerdo con las imágenes, se agudizó a partir del 2000 y se aceleró después del 2004.

En Hopelchén se pierde el bosque tropical a un ritmo vertiginoso para dar paso a un modelo de agricultura industrial, que tiene a varios protagonistas: colonias menonitas, ejidatarios que les han vendido o arrendado sus tierras, empresas agroindustriales instaladas en la ciudad de Mérida, Yucatán, y, en especial, las políticas y subsidios que han alentado la siembra de la soya.

 

Antes del 2004, en Hopelchén no se cultivaba soya o, por lo menos, su presencia era tan discreta que ni se notaba. Ese año, la leguminosa originaria del este asiático fue introducida en los campos agrícolas del municipio que fueron abiertos desde los años 80 y en donde ya se cultivaba, sobre todo, maíz híbrido. Los datos del anuario estadístico de la producción agrícola del Servicio de Información Agropecuaria y Pesquera (SIAP) permiten conocer que las 220 hectáreas donde la soya se sembró no representaban ni el 1% de las 37 mil 090 hectáreas de tierras de cultivo que se trabajaron ese año. 

Lo que vino después fue inusitado. En tan solo 17 años, la superficie de soya sembrada en este territorio maya creció más de 22 mil veces. Hopelchén se ubicó, con 49 mil 870 hectáreas, como el municipio con la mayor producción de soya a nivel nacional durante 2021. 

Esta expansión se dio en lugares que ya se ocupaban para otros cultivos, pero también en terrenos que tenían cobertura forestal, sitios donde antes había selva. 

 

Un análisis realizado por Global Forest Watch y el Instituto de Recursos Mundiales (WRI)-México, al cual Mongabay Latam tuvo acceso, muestra que del 2001 al 2021, el municipio de Hopelchén perdió, por lo menos, 153 mil 809 hectáreas de cobertura arbórea, superficie que representa tres veces la isla de Cozumel, una de las más grandes del país.

El doctor Edward Allan Ellis, del Centro de Investigaciones Tropicales de la Universidad Veracruzana, quien desde más de una década da seguimiento al proceso de deforestación en la Península de Yucatán, ubica el 2005 como el momento en que se disparó la pérdida de selva en Campeche; ese fue el segundo año en que se sembró soya en Hopelchén, abarcando 2 mil 315 hectáreas de terreno, más de 11 veces el área que había ocupado un año antes.

Los subsidios del gobierno para fomentar la siembra de soya, la estabilidad en los precios pagados por la leguminosa y la cercanía de Hopelchén con la zona industrializadora de granos y oleaginosas, ubicada en Mérida, han sido elementos que incidieron en la expansión de la soya en este municipio. Así lo ha documentado en publicaciones científicas Flavia Echánove Huacuja, investigadora del Instituto de Geografía de la UNAM.

MONOCULTIVOS QUE DESTIERRAN A LA BIODIVERSIDAD

El campo menonita de Santa Fe, al norte de Hopelchén, es otra área que le ha ido ganando terreno, literalmente, a la selva. Los menonitas comenzaron a instalarse en ese sitio desde la década de los 80, dice un campesino y apicultor de la comunidad de San Juan Bautista Sahcabchén, vecina del asentamiento.

En donde hoy se ubica el campo menonita de Santa Fe —recuerda el apicultor— antes crecían especies como el dzidzilché (Gymnopodium floribundum Rolfe), árbol muy apreciado por los apicultores por la alta calidad de la miel producida a partir del néctar de sus flores. También había kitinchés (Caesalpinia gaumeri), jabines (Piscidia piscipula) y tzalames (Lysiloma latisiliquum). Hoy solo pervive una hilera de kibixes —arbusto cuyas flores también son polinizadas por las abejas—, detrás de la cual se extienden campos de arroz, otro monocultivo que en los últimos años se impulsa en Hopelchén. El apicultor explica que en otras temporadas en estos terrenos se sembró soya. 

El desmonte de esta zona también ahuyentó a los animales que ahí vivían.

“Había pavo de monte, puerco de monte, venados, en la aguada —acumulaciones de agua que se forman en las depresiones naturales durante época de lluvia— había como cuatro o cinco cocodrilos grandes, pero pues al llegar esos menones (como algunos pobladores les dicen a los menonitas) a enterrar las aguadas y todo, pues ya los animales se fueron yendo, fueron perdiendo su hábitat”, dice el apicultor de 67 años. La diversidad de árboles también permitía que ahí se instalaran apiarios. Eso también se perdió.

El apicultor rememora ese pasado sentado a la sombra de un árbol, en el centro de la comunidad. A unos metros, un colorido mural con la imagen de una abeja recuerda la importancia de este insecto en Hopelchén, el segundo municipio que más miel produce en Campeche, de acuerdo con el Atlas Nacional de las Abejas y Derivados Apícolas, de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural. 

Además de sostener económicamente a unas mil 500 familias apicultoras de Hopelchén, la abeja también es parte de la identidad maya y símbolo de la lucha por la defensa del territorio. “Nosotros trabajamos así poquitas áreas, pero ellos (los menonitas) empezaron a llegar y empezaron a destruir cantidades de hectáreas”, recuerda el apicultor. “Imagínate cuánto monte se destruyó, cuánta fauna no se ahuyentó, cuántas aguadas no se perdieron”.

Los menonitas, un grupo religioso y étnico de origen europeo y que forja su existencia alrededor de la agricultura, llegaron a México en la década de los 20, con el apoyo del presidente Álvaro Obregón. En ese entonces, se instalaron en Chihuahua, al norte del país.  

Décadas después, la falta de agua y búsqueda de tierras nuevas para la agricultura los llevó a migrar al sur. A partir de los años 80, comenzaron a instalarse en Hopelchén. Ahí recibieron todas las facilidades de los gobiernos municipal y estatal para hacerse de territorio, sin importar que con ello se abriera aún más la puerta a la pérdida de la selva maya que ya se vivía en el lugar por la ganadería y el impulso de la agricultura mecanizada.

Los menonitas viven fuera de las comunidades mayas, en espacios conocidos como campos que suelen colindar con los poblados tradicionales o con terrenos ejidales. El límite entre un espacio y otro se reconoce cuando al terreno deforestado le sigue un área cubierta de árboles. En los últimos años se han agravado los conflictos y las confrontaciones entre menonitas, ejidatarios —incluso mayas— que rentan o han vendido sus tierras para cultivos agroindustriales y apicultores o pequeños productores que buscan conservar la selva. La tensión que se vive en la zona se nota, incluso, cuando la gente de las comunidades, como el apicultor de San Juan Bautista Sahcabchén, pide no ser identificada en las entrevistas para evitar represalias.

Fuente: Animal Político

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